¿Cómo sentimos el estrés?
El estrés es un fenómeno que todos, en diferentes niveles, hemos podido experimentar. Con seguridad has sentido sus efectos al enfrentarte a una situación peligrosa: el corazón late a mil por hora, se suda frío, la respiración se acelera, la piel se eriza, hay tensión muscular y las pupilas se dilatan.
Tales manifestaciones son resultado de una avalancha de reacciones fisiológicas; digamos que se ha prendido la alarma. Dicho estímulo permite la liberación de una gran cantidad de mensajeros bioquímicos.
La cascada de hormonas del estrés
Cuando el organismo interpreta que está en una situación de peligro, ya sea en el ámbito físico o emocional, por una amenaza real o irreal, se prepara para cualquier emergencia. Entonces, sucede lo siguiente:
• El cerebro ordena la producción de neuropsina, una proteína que pone en marcha las reacciones químicas derivadas del estrés.
• Las glándulas suprarrenales comienzan a generar adrenalina y noradrenalina, que aumentan el ritmo cardiaco y la presión arterial, y aceleran la respiración. Asimismo, segregan cortisol, que se encarga de aumentar los niveles de azúcar en sangre para asegurar que el cuerpo tenga energía suficiente y, al mismo tiempo, ocasiona que el sistema inmune “se adormezca” para “ahorrar recursos inmunológicos” y dar una respuesta eficaz ante la amenaza.
• El aumento de la presión sanguínea y el ritmo cardiaco se presentan con el objetivo de hacer llegar mayor cantidad de sangre oxigenada a los músculos para asegurar una respuesta motora potente.
• Se acelera la respiración, porque ante un peligro necesitamos oxígeno rápidamente para producir gran cantidad de energía. A la larga, respirar de forma acelerada y entrecortada hace que obtengamos menos oxígeno, lo que da lugar a fatiga, angustia y déficit de memoria, entre otros problemas.
• El organismo desvía sangre oxigenada hacia zonas que supone han de dar una respuesta urgente y potente, como el corazón, por lo que el aporte del vital líquido a la piel se reduce, y se suele producir palidez y picores, resequedad, acné y psoriasis.
• Los músculos se tensan con el fin de prepararnos para una respuesta motora rápida y potente, y con el tiempo esta condición produce malas posturas, dolor y lesiones.
• Los sentidos se alertan: la vista y el oído se agudizan y el tacto se vuelve más sensible que, de mantenerse en el tiempo, general malestar emocional y agotamiento psicológico.
El estrés agudo tiene esa misión protectora. Afortunadamente, en esta época la mayoría de las personas no tenemos necesidad de enfrentarnos cotidianamente con peligros de vida o muerte, como en la era de las cavernas. No obstante, a pesar de encontrarnos en entornos “más seguros” nuestro cuerpo puede sobrerreaccionar.
Lo anterior significa que, ante situaciones estresantes, pero de menor grado, como estar atrapados en el tráfico, presión en el trabajo o problemas familiares, se activa la alarma de la supervivencia; sin embargo, cuando esta alerta perdura por mucho tiempo podemos desarrollar estrés crónico, y de esa manera estar en riesgo de padecer problemas físicos y mentales de mayor envergadura.
Referencias:
• Medline Plus. El estrés y su salud.
• Álvarez González Miguel: "Estrés. Un enfoque Neuroendocrino". Editorial científico-técnica, C.H. 1998. págs 29-45.